sábado, 28 de abril de 2012

¡Querida Princesa!

   Mi querida princesa:
   
   Un nuevo día se apaga. Hace frío. Sé que parece temprano, pero quiero acostarme y que estés a mi lado. No hemos hablado en todo el día y te echo de menos. Acércate, dame tus manos. Estás preciosa.
  
   Hoy he vuelto a ver a los chicos, como todos los días. Estaban todos. La música es el nexo que me une a ellos, pero dudo que forme parte ya de mi vida. He pronunciado tu nombre. Me han mirado, han dicho que ya no existes, que ya no estás entre nosotros, que te debo olvidar. Después han callado. No te enfades con ellos, princesa. Yo sé que sí existes, aunque me falte tu sonrisa, tus miradas silenciosas o tus manos persiguiendo mis cosquillas. Aunque ya no vengas al paseo y a sus bancos. Aunque mis nuevas compañeras de viaje se llamen tristeza y melancolía. Pero sí existes, princesa. Yo te veo y te hablo cada noche y tu me cobijas.

   Hace días que no te he hablado del paseo. Ya ha perdido sus flores. Las hojas de los árboles, ya marchitas, yacen en el suelo jugando con el viento hasta que las quiebre algún caminante. ¿Recuerdas cómo te gustaba pisar las hojas secas al caminar? No tardarán en barrer. Es el otoño. Un otoño frío que me hace pensar en el otro otoño. Dicen que es el color gris de la vida. En todo caso ha de ser mejor que este color negro que se ha instalado en nuestras vidas.

   Estoy cansado, princesa. Los días son eternos y cada uno de sus minutos ha enmudecido. No quiero pensar. Hubo palabras que nunca te llegué a decir. Quizá porque no supe, quizá porque nos quedaba una vida para decirlas. Pero ya no importa. Ahora ya las conoces. Me gustaría cerrar los ojos y despertar mañana contigo.  Compartir ese frío sepulcro desde el que cada noche vuelves a mí. Sé que lloraré. Si lo hago, seca mis lágrimas y cuando el sueño me venza, arrópame. Estoy cansado y hace frío. Necesito tu calor; necesito que estés a mi lado.

Hasta mañana, princesa. Hasta siempre.



lunes, 23 de abril de 2012

Amor de trapo (Cuento)

   Hacía ya más de una hora que las luces del escenario se habían apagado y el patio de butacas había quedado vacío. Sin embargo, los aplausos seguían resonando con fuerza en su cabeza. Hacía semanas que contaba con el favor del público, totalmente entregado a ella; pero lo sucedido esta noche podía calificarse de apoteósico. Todo el mundo en pie, aplaudiendo sin cesar y dejando en el aire más de un piropo que por momentos resultaban imperceptibles entre los aplausos. Rosita se miraba en el espejo, contemplando la amplia sonrisa que toda aquella felicidad le propiciaba. No le apetecía hacer otra cosa, tan sólo perder su mirada en aquel espejo blanco y cuadrado, adornado en todo su contorno por la tenue luz de unas bombillas que apenas si alcanzaban a iluminar su rostro.... (Seguir leyendo)