jueves, 22 de agosto de 2013

Mentiras......


   El silencio era insoportable. Aquel lugar parecía el vacío, la nada. Tan solo a ratos ese silencio era roto por un grito desgarrador que poco a poco se iba ahogando en su propio llanto, hasta quedar convertido en un casi inaudible gemido. Miré a mi compañera y vi en sus ojos la angustia con que se visten las primeras veces. Le dije que fuera tras de mí, a unos cinco o seis pasos de distancia. No me obedeció; y yo podía sentir en mi nuca su respiración entrecortada. No se lo recriminé. A la mierda el protocolo; ese invento de quien, sentado plácidamente en su sillón de piel, inventa las realidades a su gusto para dar a menudo órdenes totalmente irreales.

   Avanzamos orientándonos por los escasos sonidos que a veces se dejaban oír y que, en diversas ocasiones, confundíamos con los latidos de nuestro propio corazón; crecientes y arrítmicos.

   -¿Tú tienes miedo? –escuché tras de mí.
   -¿Miedo? No, nunca. ¿Por qué habría de tenerlo? –mentí con tanta convicción que hasta yo creí lo que acababa de decir.
   -A mí me gustaría no tenerlo –replicó ella-. Cada día me prometo que voy a hacer lo posible y lo imposible, pero cuando llega la hora de la verdad vuelvo a temblar como una niña indefensa.
   -No sufras –volví a mentir-. El tiempo sabe tocar los hilos de nuestro cuerpo para ir haciéndonos más seguros.

   Un nuevo grito nos situó frente a una puerta metálica llena de óxido por todos sus rincones. No me hizo falta mirar hacia atrás para saber que no estábamos solos. Hay detalles que en poco tiempo aprendes a adivinar. Empujé la puerta con decisión y entramos tratando de hacernos dueños de una situación que no conocíamos. El ambiente irrespirable de aquella habitación se unía a la escasa luz que aportaba una inerte bombilla de muy baja potencia. En un lateral pudimos ver a una niña de corta edad, semidesnuda y aterrada. Detrás suyo y oprimiéndole el cuello con un cuchillo, se quería esconder un hombre de aspecto enloquecido. No hacía falta que explicaran que eran padre e hija. Eran dos gotas de agua, nacida la una de la otra. Esas copias exactas que sólo la naturaleza sabe hacer.

   -Suelta ese cuchillo y deja que la niña venga hacia aquí. Todo ha acabado ya –nuevamente estaba mientido y lo hacía con la misma convicción que antes. Pero esta vez, ¿quién se creía mis palabras? Aquello posiblemente no había hecho más que comenzar.

   La frialdad que había en la mirada de aquel hombre era para mí razón suficiente para mantener mi arma apuntando firmemente a su entrecejo. No sé cuánto tiempo trascurrió; seguro que no fueron más de dos o tres minutos, pero en mi interior habían pasado mil años. Se adueñaron de mi pensamiento otras imágenes que van quedando suspendidas esperando una respuesta que nunca habrá de llegar. Apartó su mirada y dejó caer el cuchillo al suelo. Aquellos que yo había sentido sin haberlos visto cayeron sobre él rápidamente. La niña corrió tambaleante y se abrazó a la cintura de mi compañera. Miré a ambas. En los ojos de ésta descubrí el callado color del miedo y en los de aquella, en su corta edad, el inolvidable sabor del terror.

   Camino de casa invité a mi compañera a un café.

   -No, gracias. Jamás me perdonaré si mancho el instante de un café con estos sentimientos que ahora me inundan –rehusó ella-. Tal vez, mañana.
   -Sí, tal vez mejor mañana -y esta vez ya no mentí.

Icarina

jueves, 8 de agosto de 2013

Cosas de niños.....

   Esta mañana al iniciar una ruta por los Pirineos subía también una niña gallega de 6 años con sus padres. En uno de los tramos algo más complicadillo por la cantidad de piedrecillas resbaladizas y el desnivel, la niña ha buscado un pequeño atajo y ha subido con más tranquilidad. Instantes después cuando he llegado hasta ella me ha dicho: "¿Has visto lo lista que soy?"

   Yo le he respondido: "Se te ve en los ojos que eres muy lista. Además seguro que a las meigas les gusta ayudarte para que te diviertas mucho."

   Y ella, con cara de perdonarme la vida, ha soltado: "Otrooooooo que no sé de donde ha salido. Anda mamá explícale que las meigas no existen, que somos las gallegas que nos gusta ponernos aún más guapas de noche para que los hombres puedan ver de cerca las estrellas. ¡¡¡Tan grande y aún creyendo en cuentos!!!"

   Cuando he conseguido parar de reírme le he dicho que cuanto mayor es uno, más bonito es creer en los cuentos. Se ha quedado callada y al rato me ha dicho: "Hablas igual que Iker, mi novio de este curso pasado. Es muy listo y guapo, pero lo he dejado. Yo ya he madurado y él todavía anda algo pavo."

   No sé si realmente existen las meigas, pero hoy he vuelto a redescubrir la magia que esconde la niñez. 
Icarina