jueves, 28 de febrero de 2013

Los amores imaginarios


   El día parecía raro. Bueno, a decir verdad, desde hacía tiempo casi todos los días lo eran. Sin embargo, aquella mañana me desperté con una extraña sensación de melancolía que parecía haberse hecho dueña de toda mi existencia. Me acerqué a la ventana. Todo, absolutamente todo, seguía igual que los días anteriores: frente a mis ojos se situaba un horizonte formado por el asimétrico renglón de infinitos edificios ocupados a su vez por miles de almas que, como yo, ya estarían preparándose para dar sentido al nuevo día en sus vidas.

   Aquel pensamiento me sobrecogió. ¿Realmente despertamos cada día con la idea natural de construir nuestras vidas o, tal vez, sólo somos simples marionetas que el destino mueve a su antojo? No sabía que responderme a mí mismo. Tampoco tenía la más mínima intención de hacerlo. Sabía por experiencia que los días nostálgicos, al menos para mí, no eran buenos y no estaba dispuesto a pasarme el día amargado. Me vestí y salí a la calle; como aún me quedaba mucho tiempo para entrar a trabajar, pensé que podría desayunar tranquilamente en alguna cafetería de camino a la oficina.

   No me decidía por ninguno de los bares que encontraba en mi camino; a todos les ponía algún defecto: aquí hay demasiada gente, este está muy sucio, a ese pasé una vez y no me gustó el café, aquel.......aquel.......”Aquel debe ser nuevo” me dije sorprendido. Cada día hacía el mismo recorrido para ir al trabajo y horas más tarde lo repetía a la inversa para regresar a casa de nuevo y, sin embargo, no recordaba haber visto nunca aquella cafetería. Era como si se hubiese creado de la nada esa misma mañana. Leí el letrero que adornaba el frontal de la puerta:El rincón de las tertulias”. Bonito nombre, pensé, para venir realmente acompañado. Entré. Era un local pequeño y de ambiente acogedor. Olía a nuevo y eso me gustó. A pesar de no haber mucha gente, tan sólo quedaba una mesa libre. Me senté y dejé que el camarero retirara el servicio de quien había desayunado allí antes que yo. Reparé en una servilleta de papel algo arrugada, pero que llevaba algo escrito.

   -Perdone un momento -dije mientras tomaba aquel trozo de papel que el camarero ya había tirado a una papelera junto a mi mesa.

   Me miró algo sorprendido, pero no dijo nada; tan sólo me preguntó qué tomaría y yo me dejé seducir por la invitación a desayunar el especial de la casa: tostadas con jamón, zumo de arándanos y café.

   Me había sentido ridículo ante mi comportamiento, pero como tenía la vieja costumbre de escribir anotaciones en cualquier trozo de papel, no pude resistir la tentación de averiguar qué había allí escrito. Lo desarrugué con cuidado y lo leí: “Tal vez existes en algún lado y aunque puede que jamás nos encontremos, yo sé que eres para mí. Inés de Ujía”. Aquella caligrafía era perfecta. Lo primero que pensé era que se trataría de alguna cita de alguna escritora famosa. Y fue tanta mi curiosidad que traté de buscar información de la misma a través de la red, sin resultado alguno. Y como es natural me olvidé de aquella cuestión.

   A la mañana siguiente, justo al pasar por la misma cafetería, una corazonada vino a mi cabeza y entré de nuevo. Tuve que esperar un rato hasta que la pareja que ocupaba la misma mesa del día anterior se marchara para así poder sentarme junto a la papelera. Con bastante disimulo miré hacia el interior de aquel metálico recipiente. Disimulo que perdí rápidamente cuando adiviné la existencia de otra servilleta igualmente escrita. Me apresuré a cogerla, justo en el momento en que el camarero se había aproximado hasta mí para que realizara el pedido. Muerto de la vergüenza le pedí un café con leche y un dulce. Cuando se hubo retirado y pude cerciorarme de que ya no volvía la cabeza mirándome como a un loco, volví a repetir el proceso del día anterior y desarrugué cuidadosamente la servilleta. “Me gustaría poder parar el tiempo en el mismo instante en que te imaginé y así, teniéndote entre mis brazos, cubrirte a besos. Inés de Ujía”.

   ¿A quién irían dirigidas aquellas frases? ¿Serían de verdad o tal vez sólo serían el resultado de jugar con unas palabras para escribir un texto bonito? Y sobre todo, ¿quién sería esa tal Inés y por qué llevaba a cabo aquel ritual de escribir sobre una servilleta y después tirarla a la basura? Día tras día volvía a aquel lugar y tomaba una nueva servilleta escrita del fondo de la papelera. Una nueva frase y la misma firma de siempre: Inés de Ujía. Por las tardes me acercaba hasta el parque y sentado en un banco repasaba cada una de aquellas palabras. Sin saber cómo, me había terminado por involucrar en la historia de una desconocida que escribía a un amor que yo no sabía si existía o que, cuanto menos, resultaba inaccesible para ella. Imaginaba cómo sería Inés; tal vez, alta, rubia, joven,....o tal vez no. Había preguntado al camarero, pero siempre me decía que él no tenía tiempo para hacerme averiguaciones sobre clientes.

   Una tarde, de camino al parque, tuve necesidad de pasar a una farmacia a por un calmante para aliviar un incipiente dolor de cabeza. Al salir de allí, mis ojos no daban crédito a lo que veían. Justo enfrente de mí, había una tienda de ropa infantil con un rótulo en el que, en letras grandes, podía leerse: “Inés de Ujía, Moda infantil”. Me aproximé hasta el escaparate y observé el interior de la tienda. No se veía a nadie. Los nervios se adueñaron de mí y no me atrevía a entrar. ¿Quién era yo para venir a preguntar por unas frases que no me incumbían y que además habían sido tiradas a la papelera? Decidí marcharme, pero algo en mi interior me lo impidió y terminé entrando en aquel comercio. Una campanilla dorada, hábilmente situada sobre el extremo de la puerta, avisó de mi llegada.

   -Enseguida le atiendo –se escuchó desde atrás de una puerta en lo que supuse sería la trastienda.

   Me entretuve en contemplar el orden con que todo estaba colocado, la delicadeza de los colores con que los fabricantes casaban su ropa con la inocencia de los niños que la llevarían puesta, los pequeños juguetes de madera con que de manera elegante estaban adornados los rincones muertos de aquel pequeño espacio y, sobre todo, el olor a ropa nueva; un olor que desde niño me había cautivado y que me devolvió a la niñez.

   -¿En qué puedo ayudarle? –sonaron suaves unas palabras junto a mí.

   -Buenas tardes, yo.....yo.... –no me lo podía creer; estaba balbuceando sin acertar a hablar.

   Frente a mí descubrí a una mujer en el primer inicio de la madurez, no muy alta, morena, de delicada figura y con unos enormes y brillantes ojos color café en los que me vi reflejado.

   -¿Viene buscando algo en concreto? Tenga por seguro que aquí encontrará casi todo lo que busque y al mejor precio –dijo con buenas dotes de vendedora.

   -No......bueno, sí. Busco algo. Aunque no es precisamente una prenda de ropa infantil. Mis hijos ya son bastante mayores –la noté sorprendida con mi respuesta-. Quería hablar con usted de unas letras....

   -Pero...... –sus ojos bajaban hacia aquellas servilletas recogidas por mí y que ahora tenía entre sus manos y subían de nuevo hacía mí.

   -Perdóneme, sé que esto puede ser una intromisión en su vida, pero un día descubrí uno de esos papeles, luego otro y todos ellos han provocado un remolino en mi cabeza haciendo usar mi imaginación. No debí haber venido....

   -Es largo de contar –se volvió dándome la espalda y dobló hábilmente las prendas que había traído con ella de la trastienda.

   -No tengo prisa. Me gustaría escuchar qué historia encierran esas palabras.

   Miró su reloj y vio que era hora de cerrar. Me propuso dar un paseo. Accedí y la esperé en la calle mientras ella recogía su abrigo y bolso y cerraba la tienda. Sin apenas hablar, iniciamos la marcha calle abajo en dirección al parque.

   -¿Cree usted en el amor, señor.....?

   - Martín, me llamo Martín.

   -Bonito nombre. Mis padres decidieron que yo debía llamarme Inés por la simple y llana razón de haber nacido un 21 de enero de....

   -No hace falta que me diga el año –la interrumpí-. Aún se ve que es joven.

   -No –aclaró- no era eso. Iba a decir que nací un 21 de enero de forma casual. No me esperaban tan pronto, pero yo ya tenía ganas de venir a este mundo. Y tengo 39 años; jamás he tenido problema para decir mi edad. Pero... yo hablo mucho y aún no me has dicho tu respuesta.

   -¿Qué si creo en el amor? –vacilé por unos momentos- Tal vez.... El amor es tremendamente complicado de entender. Es más, posiblemente sea él quien nos entiende a nosotros y nos maneja a su antojo. ¿Tiene usted un amor incomprendido?

   La vi reír con gana mientras se sentaba en un banco resguardándose del aire que se había levantado en ese momento. No entendía bien aquella risa, pero bien es cierto que supo contagiarme.

   -Primero me dices que soy joven y después sigues empeñado en tratarme de usted. Puedes tutearme. Además para hablar de estos temas es mucho mejor utilizar un lenguaje más cercano, ¿no crees?

   Sonreí y me senté a su lado. Desde luego aquellas eran las piernas más bonitas que había visto en mi vida. Una perfección digna del más afamado de los escultores: la naturaleza.

   -¿Tú nunca has escrito frases de amor?

   -Muchas..... Cada día – respondí-. Soy escritor. Ese es mi oficio; escribir frases que casen con otras frases.


   -Ahora entiendo tu interés. Quieres conocer mi historia para tener algo nuevo que contar.

    -No, esto es distinto. Simplemente me intrigó saber quién podía ser ese hombre al que escribes esas palabras tan profundas y al que, tras conocerte físicamente, no entiendo cómo puede no hacerte caso.

   -Estás equivocado. Sí me hace caso. Está siempre conmigo.

   -Entonces, sí que no lo entiendo.

   -El mío es un amor que me acompaña todos los días desde hace muchos años sin separarse ni un instante de mi cabeza.

   -Un amor........¿ausente?

   -Un amor infinito.

   -¿Cuánto de infinito puede ser un amor que no existe?

   -¿Y por qué te empeñas en sostener que no existe? El mío tiene los ojos marrones como yo, el pelo fuerte y siempre bien peinado, un lunar en la espalda muy parecido también al mío y le encanta abrazarme y llenarme de besos. Y entonces yo...... sencillamente me muero.

   Se levantó del banco y yo la seguí. Paseamos por entre los caminos del parque que formaban un laberinto caprichoso alrededor de árboles centenarios, algunos de los cuales acariciaban con sus ramas el suelo.

   -Y, ¿dónde está ahora tu amor? -pregunté bastante decidido.

   Un niño que corría absorto en sus juegos se tropezó con ella. Pude comprobar el cariño con el que ella le acarició el pelo antes de que éste se marchase de nuevo a retomar sus juegos y cómo algunas lágrimas habían brotado de sus ojos y corrían tímidas por su rostro. Entonces lo entendí todo. Su amor era un niño, un niño que nunca había tenido y al que sin duda extrañaba. Su forma de mirarme lo corroboró todo.

   -El tuyo es un amor......

   -Sí.......un amor imaginario –replicó ella terminando mi frase-. Uno de esos amores que a diario nacen y mueren en el corazón de millones de personas sin haber visto la luz del sol, pero que son tan intensos como los amores verdaderos.

Icarina

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