lunes, 24 de septiembre de 2012

Amelíe

   Nuevamente sentí aquel irrefrenable deseo de salir corriendo que me poseía en las últimas semanas. Totalmente ajeno a cualquier realidad racional, crucé calles y plazas, mientras una mortecina lluvia calaba mis ropas, mis huesos y hasta mi alma.

   Extenuado y confundido, aparecí en el cementerio municipal. Cuando por fin pude recuperarme de la fatiga a que me había conducido aquella interminable huída, levanté los ojos y los fijé en aquella estatua. De nuevo aquel cementerio y de nuevo aquella estatua. Ella y yo, solos, frente a frente.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Una carta de amor


-¿Me invitas a un café? Necesito que hablemos.

Estas fueron las primeras palabras que ella me dijo nada más abrir la puerta. Me quedé mirándola fijamente y no dije nada. En mis labios habían ya asomado los primeros gestos de una sonrisa algo incrédula.

-Por favor......

Tal vez esa súplica de mujer, sabiamente ejecutada, provocó el efecto mismo para el que había sido lanzada. Segundos después, tras tomar las llaves y la cartera, cerré la puerta tras de mí y ambos nos dirigimos hacia una cafetería próxima. El trayecto fue corto, pero lo realizamos casi en silencio. Tan sólo alguna palabra de cortesía. Era evidente que ella estaba nerviosa; se notaba en su voz, en sus gestos y ese nerviosismo quedó patente cuando, tras haber elegido visualmente la última mesa del local, tropezó aparatosamente con la primera silla que encontró a su paso.