El tiempo se hace eterno. El golpeo seco del péndulo del reloj,
acompasado con maestría por el artesano suizo que le dio vida, marca cada
segundo que pasa. Instantes que caminan hacia un destierro del que nunca habrán
de volver. Separa el visillo que cubre el balcón y mira a través de los
cristales que se empañan al hacer contraste con el frío que reina fuera. Se
puede apreciar la calle todo lo amplia que es. Vacía, sin ningún alma que le de
vida. Vuelve hacia la mesa y mira el móvil, sigue tan callado como la última
vez que lo miró. Se sienta; comienza a rondar por su cabeza el desánimo. “Tal
vez no vendrá” piensa entre silencios.