domingo, 16 de febrero de 2014

De los silencios...

   Cuando era niño le tenía miedo a los silencios. Por lo general, estos surgían como una continuación de los enfados y hacían que un tiempo, aquel que menos me gustaba, se extendiese sobre todas las cosas: se paraban los juegos, se detenían las risas y hasta se olvidaban las fantasías. Aunque, a decir verdad, aquella eternidad que tanto me asustaba no duraba más de unos minutos, alguna hora o, en los casos más graves, una noche.

    Pero un día crecí y descubrí los otros silencios, esos que se cruzan los adultos. Y supe que éstos podían ser verdaderamente perversos. Mucho más que aquellos que me asustaban de niño. Son silencios que roban las palabras, las emociones, los deseos y hasta el cariño. Y que siempre son infinitamente más eternos del lado de aquel que lo recibe.

    Pero sucede que junto a ellos, existen otros silencios. Esos instantes en que no hace falta decir nada porque ya hablan los gestos, los abrazos, los besos, las miradas o las sonrisas. O también esos momentos en que nos reencontramos con nosotros mismos para hablarnos desde una soledad intencionada que nos pemita escuchar las frágiles palabras del alma. Y a estos silencios no les tengo miedo. Aunque a veces acuda a ellos para buscar unas palabras que se esconden y no salen para compartirlas conmigo mismo o con quienes dan vida a mis pensamientos. Aún así, me gusta perderme en ellos y hablar a solas con mi alma, pues sé que es allí donde nacen muchas de mis letras y de mis palabras.... Sí, en estos otros silencios.
Icarina

viernes, 7 de febrero de 2014

El tiempo...

   No deja de darle vueltas al café. Sus ojos, perdidos en aquel torbellino oscuro y amargo, dibujan el efímero recorrido del vapor que aún se desprende del borde de la taza y que rápidamente se disipa en el aire. No piensa en nada, no quiere hacerlo; tan sólo anhela que el tiempo pase rápido, muy rápido. No hay nadie más en aquella cafetería. Él es el único cliente.

   -¿Me esperabas? –escucha decir con voz tenue.

   No le hace falta mirar, pues conoce esa voz. Aun así, levanta los ojos; quiere hacerlo, necesita hacerlo. Su mirada se ilumina al compás que una sonrisa crece en sus labios. ¡Está bella! Para él siempre lo ha estado. Quiere decirle mil cosas, palabras que nunca le dijo. ¿Por dónde empezar?

   No hay nadie más en la cafetería, tan sólo él con la mirada perdida en el gran ventanal y una ilusión efímera engañando sus ojos mientras desea que el tiempo pase rápido, muy rápido.....y con él, su propia vida.


Icarina