Aquella sombra no parecía la
misma de cualquier otro día. Su carácter alegre y juvenil, se había evaporado
de golpe, como por arte de magia. Era evidente que estaba nerviosa. Se había
levantado de la cama al menos tres veces en el último minuto, se había asomado
a la ventana y, sin decir palabra, había vuelto a acostarse. Se arropaba y se
destapaba continuamente con una sábana de hilo delicadamente bordada por su
madre como parte del ajuar de la dote. Algo sucedía a su alrededor que ella no
era capaz de entender.
Se levantó de nuevo, peinó los bordes
de su azulada silueta y, echándose un echarpe por encima de los hombros, salió
al jardín. Se sentó en un viejo banco de madera que confrontaba a la fachada de
la casa y comenzó a observarlo todo con sumo detenimiento. Miraba a un lado,
luego al frente, después al otro. Presentía que faltaba algo; pero, ¿qué?