Mi querida princesa:
Un nuevo día se apaga. Hace frío. Sé
que parece temprano, pero quiero acostarme y que estés a mi lado. No
hemos hablado en todo el día y te echo de menos. Acércate, dame tus
manos. Estás preciosa.
Hoy he vuelto a ver a los chicos,
como todos los días. Estaban todos. La música es el nexo que me une a
ellos, pero dudo que forme parte ya de mi vida. He pronunciado tu
nombre. Me han mirado, han dicho que ya no existes, que ya no estás
entre nosotros, que te debo olvidar. Después han callado. No te enfades
con ellos, princesa. Yo sé que sí existes, aunque me falte tu sonrisa,
tus miradas silenciosas o tus manos persiguiendo mis cosquillas. Aunque
ya no vengas al paseo y a sus bancos. Aunque mis nuevas compañeras de
viaje se llamen tristeza y melancolía. Pero sí existes, princesa. Yo te
veo y te hablo cada noche y tu me cobijas.
Hace días que no te he hablado del
paseo. Ya ha perdido sus flores. Las hojas de los árboles, ya marchitas,
yacen en el suelo jugando con el viento hasta que las quiebre algún
caminante. ¿Recuerdas cómo te gustaba pisar las hojas secas al caminar?
No tardarán en barrer. Es el otoño. Un otoño frío que me hace pensar en
el otro otoño. Dicen que es el color gris de la vida. En todo caso ha de
ser mejor que este color negro que se ha instalado en nuestras vidas.
Estoy cansado, princesa. Los días son
eternos y cada uno de sus minutos ha enmudecido. No quiero pensar. Hubo
palabras que nunca te llegué a decir. Quizá porque no supe, quizá
porque nos quedaba una vida para decirlas. Pero ya no importa. Ahora ya
las conoces. Me gustaría cerrar los ojos y despertar mañana contigo.
Compartir ese frío sepulcro desde el que cada noche vuelves a mí. Sé que
lloraré. Si lo hago, seca mis lágrimas y cuando el sueño me venza,
arrópame. Estoy cansado y hace frío. Necesito tu calor; necesito que
estés a mi lado.
Hasta mañana, princesa. Hasta siempre.