Hacía ya
más de una hora que las luces del escenario se habían apagado y el patio de
butacas había quedado vacío. Sin embargo, los aplausos seguían resonando con
fuerza en su cabeza. Hacía semanas que contaba con el favor del público,
totalmente entregado a ella; pero lo sucedido esta noche podía calificarse de
apoteósico. Todo el mundo en pie, aplaudiendo sin cesar y dejando en el aire
más de un piropo que por momentos resultaban imperceptibles entre los aplausos.
Rosita se miraba en el espejo, contemplando la amplia sonrisa que toda aquella
felicidad le propiciaba. No le apetecía hacer otra cosa, tan sólo perder su
mirada en aquel espejo blanco y cuadrado, adornado en todo su contorno por la
tenue luz de unas bombillas que apenas si alcanzaban a iluminar su rostro.... (Seguir leyendo)
Bien por Fermín. Me encanta el cuento, precioso. Hoy me ha robado quince minutos de un café, pero no pueden haber sido mejor empleados. Muchas gracias por compartirlo. Saludos.
ResponderEliminarGracias!!! Todo un elogio viniendo de quien maneja las letras con tanto mimo. Un beso ;-)
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