Tal y como es costumbre desde hace casi tres años, esta
mañana, último domingo de mes, he recogido al abuelo Martín del geriátrico
donde pasa sus días y lo he llevado al viejo caserón junto a la playa. Como
siempre que venimos, el abuelo ha pasado el día callado e inmóvil, sentado en
una vieja y carcomida mecedora cuyo frágil balanceo parece fielmente acompasado
a su respiración. Hay veces que ni yo misma me creo mis explicaciones
interiores y dudo que sea realmente cierto que el abuelo disfrute viniendo a
este lugar. Este sitio, como cualquier otro, ya no le dice nada. El abuelo está
muerto en vida; tan muerto como esa mirada vacía y perdida que le acompaña día
a día.
A mí, sin embargo, cada vez que
vengo a esta casa parece que me inyectan una dosis extra de adrenalina.
Multitud de recuerdos se agolpan en mi cabeza a tal velocidad que,
literalmente, se superponen unos a otros, creando un resumen acelerado de los
maravillosos años de niñez que pasé aquí, ajena a la tristeza en que había
quedado sumida toda la familia tras la muerte de mi abuela.
-Abuelo, el día está fresquito
–le he hablado sin esperar respuesta-. Será mejor que te ponga la mecedora al
sol.
Hoy estamos solos. Los vecinos de
las casas cercanas han bajado al pueblo a celebrar las fiestas de primavera.
Una gran comida y una mejor siesta darán paso a un peculiar baile de disfraces
en torno a una hoguera donde cada uno quemará el disfraz del año anterior.
-Yo nunca he participado en la
fiesta del pueblo –le he comentado al abuelo-. ¿Te acuerdas cómo eran los
disfraces que usasteis la abuela y tú en el último baile que fuisteis? Quizá
estén aún en el desván.
Sin pensármelo dos veces, he
subido al altillo y los he buscado entre los viejos baúles. Nada, sólo he visto
sábanas de hilo sabiamente bordadas y algunas camisas en las que el inexorable
paso del tiempo ha dejado su huella amarillenta. Antes de bajar, mientras
terminaba de limpiar algunas telarañas que colgaban del techo, he visto al fin
el traje de la abuela. Era un disfraz de campesina; parecía bonito, aunque
estaba sucio, rasgado y con unas manchas parduscas a la altura del pecho. Me lo
he puesto por encima, mientras daba unas vueltas con los ojos cerrados como si
bailase junto al fuego.
-Quítate eso de inmediato –me ha
gritado el abuelo, que ha aparecido súbitamente en el desván.
-Abuelo, ¿qué te pasa? Apenas te
conozco –le he contestado acercándome a él-. ¿Cómo has subido hasta aquí?
-Quítate ese condenado vestido,
malnacida. Has venido de nuevo a reírte de mí con los ropajes que él te regaló
cuando te entregaste a mis espaldas. ¡Quítatelo, Irene, quítatelo! –ha gritado
fuera de sí al tiempo que golpeaba mi pecho como si me clavara un puñal.
-Abuelo, no soy la abuela Irene;
soy Marta... tu nieta –le he dicho casi paralizada por el miedo-. ¿Qué te está
pasando?
El abuelo no ha contestado y
llorando se ha dejado caer al suelo.
-Abuelo,.....tú......los jirones
del disfraz,.....las manchas......-mi voz ha sonado débil y entrecortada-. Tú
mataste a la abuela..... Tú la mataste, ¿verdad?
Pero el abuelo no me ha podido
contestar; ha vuelto a perder la mirada hacia el horizonte, regresando a su
muerte en vida. Los recuerdos de mi niñez han cesado y he comprendido, cuando
he cerrado la puerta del viejo caserón, que nunca más podré volver aquí. Este
era el secreto que cubrió de sombras y tristezas a mi familia y ahora vivirá
junto a mí como un disfraz del que nunca me podré desprender, aunque cerca de
mí tenga siempre encendida una hoguera................. la hoguera del dolor.
He disfrutado la suave calidad de la melancolía que trasluce cada texto tuyo. En verdad tienes una sensibilidad exquisita, que se une a tus dotes narrativas para recrear escenas y emociones vívidamente. Espero pronto llegue el momento de soltar el recurso del dolor, de la tragedia, de la soledad y cualquier otro de los disfraces del miedo humano, para deleitarme con un cuento tuyo que sólo muestre luz y alegría. Mis blogs en mi perfil de twitter (lobigus), abiertos a tu crítica y comentarios. Igual te los dejo anotados a continuación. Un abrazo desde Venezuela. Gustavo
ResponderEliminarhttp://lobigus.blogspot.com/
http://raguniano.blogspot.com/
Gracias Gustavo por pasear por este jardín donde me gusta sembrar semillas de letras, esperando que crezcan palabras. Hay otros cuentos, con otras formas, tal vez los vaya incluyendo. Pasaré sin duda por tu blog. Un abrazo y gracias de nuevo.
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