Se sentó frente al gran ventanal de su
estudio. Decenas de cristales de pequeño e irregular tamaño que dividían el
paisaje en cuadros imperfectos, rompiendo así la monotonía del silencio que se
respiraba a través de los mismos. Llevaba varios días trabajando en su nuevo
proyecto y ya casi lo tenía terminado. Sabía que era uno de los más reputados
fotógrafos y publicistas del lugar y que todos ansiaban contar con sus
servicios para sus proyectos publicitarios. Aquella reputación se le había
ganado a pulso. Sólo aceptaba aquellos trabajos que le permitían ser él,
aquellos en que de cada fotografía tomada podía dejar un trozo de su alma hasta
hacer un verdadero lienzo que se fundiera en las miradas de quienes estaban
llamados a contemplarlo.
Ésta era, sin embargo, la primera vez
que trabajaría con una imagen no capturada con su cámara. Pero no cabía duda de
que suyos serían los colores, la textura y, en definitiva, la imagen final.
Aquella era sin duda la mujer más hermosa que jamás había visto y quien la fotografió
supo sacar de ella todo cuanto resaltaba su encanto natural. ¿Qué podía hacer
él ante aquella obra de arte? Esa era, sin duda, la primera pregunta que se
hizo al ver el proyecto que presentaban ante sí para anunciar una marca de
colonia. Y esa fue también la razón que le llevó a aceptarlo, aun a sabiendas
que se saltaba todos sus cánones.
No cabía duda de que tenía ante sí la
viva imagen de una diosa de la antigüedad. No retocó nada de aquella figura,
tan sólo se atrevió a pintar sus ojos del color del café que era su más fiel
amigo en aquellos momentos de creatividad. Colocó un pequeño frasco de la
colonia anunciada entre los dedos de aquella mujer. Tan pequeño que apenas se
veía. El producto no importaba, muchas personas lo comprarían queriendo imaginar
que era a ella precisamente a quien se llevaban. Por último, el eslogan. Una
frase llamativa y sugerente: “Lo
abraza y lo besa”.
Y entre los cristales veía aquel rostro dibujado, dividido en fragmentos desiguales que recomponía entre
sonrisas. Se dejaba balancear suavemente en el sillón giratorio, meciéndose
escasamente a un lado y otro. En la vieja radio, reliquia de otro tiempo,
sonaba Margherita; una canción también de otro tiempo, una melodía que
envolvía sus pensamientos. “...E perché quel suo sorriso possa ritornare ancora, splendi sole domattina come non hai fatto ancora. E per poi farle cantare la canzoni che ha imparato, io le costruiró un silenzio che nessuno ha mai sentito....”
Abrió los ojos cuando sintió unas
suaves manos abrazándole y alcanzándole un beso. Era......sí, era aquella
mujer. Miró a un lado y a otro. No estaba soñando. Era ella. Aquel beso cálido,
dio paso a nuevos besos, a nuevos abrazos. A una mirada, a una sonrisa y un
caer de la ropa hacia los pies. A un amarse entre silencios y nuevas miradas.
Despertó tarde. Miró a su lado, estaba
sólo. “Todo ha sido un sueño, una maldita obsesión de tantos días ocupado en el mismo trabajo sin apenas descansar” pensó. Pero algo le
hizo incorporarse; al contrario que los demás días de su vida, todo estaba
desordenado: las sábanas arrugadas, la colcha caída, dos copas en la mesilla de
noche y en su sillón un conjunto de ropa interior de mujer. Recorrió la estancia. No sabía qué había
pasado allí, no había nadie con él, todo aquello no podía ser más que un sueño. Un sueño que jamás sería realidad, ¿o tal vez sí?
O tal vez sí, o tal vez no...
ResponderEliminarTodo tal vez encierra un misterio aún por descubrir...
EliminarTodo un sueño maravilloso k tenía un final...ella te amó d verdad..aún te ama...y llora pk de verdad se enamoró d ti...
ResponderEliminarSabía que los versos te adoraban, pero la prosa también te ama.
ResponderEliminarEs evidente.