Algunas mañanas, cuando salgo a
correr, me detengo junto a la marquesina del tranvía observando como ese
artefacto metálico y rudo camina monótono en su eterno e invariable trayecto de
ida y vuelta por un camino, también metálico como él, siempre predecible. Hoy,
a diferencia de la mayor parte de los días y pese a las leves gotas de lluvia que
caían, no había nadie en la marquesina. Quizá por ello he podido ver un cartel
grande y lleno de colores que ya no recuerdo qué anunciaba. En él había
fotografiada una mujer, medio recostada y apenas vestida con un trozo de tela
blanco que dejaba al aire parte de su pecho y toda su espalda. Pese a los
colores vivos con que todo estaba dibujado, el rostro de aquella mujer, apenas
reconocible, denotaba un cierto grado de tristeza.
He seguido mi marcha y
aquella imagen seguía grabada en mi mente; no por la mujer, que sin duda era muy hermosa,
sino porque me empeñaba en querer buscar una frase que descibiera aquella
fotografía y no lo conseguía. Esta vieja costumbre mía de querer reducir todo a
letras me estaba jugando una mala pasada. Era como si estuviese perdiendo la
agilidad mental de otros tiempos.
En mi afán por dar esquinazo a
un fantasma al que llamamos olvido, y que de un tiempo a esta parte le gusta
llevar la voz cantante entre esos entrañables miedos que todos guardamos en un
rincón bajo la cama para que, cuando ellos quieran, hagan travesuras en nuestra
vida, me he propuesto recordar cómo comencé a escribir y al rato una anécdota
me ha hecho sonreír. El fantasma del olvido, seguro que muy enfadado, se ha tenido
que volver de nuevo a esconder bajo la cama; al menos, hasta otro momento.
Hace años, unos cuantos ya, en esos momentos en que todo era nuevo y los ojos se volvían grandes como platos ante cualquier descubrimiento, estando en el colegio tenía que escribir una redacción para clase de lengua
y, aunque sabía lo que quería escribir, no encontraba las palabras con las que
expresarme. Lleno de miedo se lo dije al maestro. Y aquel hombre, siempre
serio, de voz cruda, de barba pelirroja, alto y desgarbado al andar y copia exacta de Fernando
Fernán Gómez en su vejez, lejos de comerme como todos pensábamos que hacía cuando te
acercabas a su mesa, puso su mano sobre mi hombro y, sin levantarse de su
silla, me dijo: “No te preocupes, cuando las palabras estén ordenadas en tu
cabeza decidirán salir y la historia se escribirá sola”.
Yo me olvidé de aquella
redacción y pasé toda la tarde jugando con mis amigos. A la
mañana siguiente cuando comenzó la clase de lengua yo, sonriente como ningún
otro niño, abrí mi cuaderno por la última página esperando que nos pidieran la
tarea.
-¡No está! ¡La redacción no se
ha escrito!
–dije con un hilo de voz que a penas si pude yo mismo oírme.
-¿Qué te sucede? ¿A qué vienen
esas lágrimas?
–me preguntó el profesor.
Yo no sabía qué contestar. Él me
había dicho que la historia se escribiría sola y yo, con apenas seis años me lo había creído. Y era
todo mentira. No me había comido cuando me acerqué, pero me había engañado. Se
había reído de mí, y eso me dolía. Don Nicolás, como todos le llamábamos, se acercó a mí y
entendió todo lo que pasaba. Me llevo a la pizarra y me dijo que escribiera lo
que había sucedido y todo lo que sentía; que lo hiciera sin miedo. Le hice caso y,
aunque temblando, escribí; escribí mucho.
-Ves... –me dijo-, esa es tu
redacción. Como sabías lo que querías escribir, las palabras han ido
apareciendo solas. No lo olvides nunca. Las palabras hay que buscarlas, y escribirlas; pero
también hay que dejarlas que nazcan solas. Sólo así habremos dicho algo bueno.
Hoy, años mas tarde, sigo
buscando palabras; quizá con más ahínco que otras veces por miedo a perderlas todas
en cualquier momento. Y hoy, años más tarde, esas mismas palabras necesitan
también nacer solas. Tal vez así sepa decir algo bueno a las miradas que las
lean. Tal vez.....
Definitivamente hay que esconder ciertas cosas para que, solo entonces la magia ordene las palabras automáticamente, a que si? ;)
ResponderEliminarEva y sus trenzas.
Ya sabes los fantasmas son como niños: desobedientes por naturaleza y sobre todo curiosos, asi que salen de debajo de la cama cuando quieren. Tal vez también hay otro fantasma, el de las letras y es él el que escribe. Quién sabe??
EliminarBesos, mi niña ;-)
Pues claro que has dicho algo bueno a mi mirada...Me ha gustado mucho tu relato.
ResponderEliminarUn saludo
Entonces mereció la pena seguir buscando palabras y, sobre todo, dejar que ellas mismas hablen.
EliminarGracias por leerme. Todo un placer. :-)