Apartó la sábana y se incorporó de un
salto. Se ajustó el batín y rápidamente encendió el viejo quinqué que había
dejado sobre la mesita. La tenue luz que proyectaba bailaba sobre la pared
dejando una mortecina sombra que iba y venía al ritmo marcado por la llama. Se
acercó a la mesa y rebuscó entre el montón de papeles que, desordenados y
sucios, esperaban una mejor ocasión para convertirse en esa novela que un día,
tiempo atrás, pretendió ser. Tomó uno de los pliegos aún sin escribir y cargó
la tinta de su pluma, escurriendo el exceso que pudiera quedar en el plumín. Comenzó a
garabatear todo aquello que su imaginación había fabricado durante las horas
previas de agitados sueños.
Una línea, dos, diez.... y tachaba después. Aquellas palabras no eran
las que él buscaba; aquellas que habrían de ilusionar unos ojos ávidos de
escribirlas al tiempo de leerlas. Volvió a escribir, esta vez más despacio. Una
línea, dos, diez... y volvió a tachar lo escrito y arrugó el papel. Tomó otro
nuevo y lo trató con mimo, tal vez queriendo que fuese él mismo quien se
tatuase las palabras al sentir la humedad de la pluma. Y volvieron los
renglones, las tachaduras y el arrugar del pliego. Quería hablar de ella aunque
no la conocía. Tan sólo la veía caminar junto a la orilla del río en cada
atardecer desde hacía un día, un mes, un año, o tal vez una eternidad. Aquella mirada
melancólica le había robado la noción del tiempo asomado al balcón de su
buhardilla. Apartó de sí los papeles con ira y recostó de un suspiro su cuerpo
sobre las crujientes roturas del sillón cuarteado. Y volvió a su cama, al
quinqué sin luz y a los sueños turbulentos del resto de la noche.
Al mediodía entregó los papeles,
metódicamente ordenados al clarear el alba, sabiendo de antemano la respuesta
que había de recibir.
-¿Pero, esto qué es? -Espetó el editor iracundo- Esto
está incompleto. ¿Cómo vamos a publicar algo así? Estás inútil últimamente.
Mejor dicho, estás loco de atar.
-Perdón, señor, la novela sí está terminada.
Sucede..... que es así.
-¿Cómo que es así? Aquí falta mucho texto,
esto está en blanco. Hay muchas palabras aún por poner.
-No, señor, no falta ninguna. Quizá usted no
las ve. Pero entre esos pliegos en blanco están las palabras dormidas. Aquellas
que no quieren salir de mi mente porque es en ella donde han decidido escribir
cada mañana su historia, que luego habrá
de asomarse al balcón de mi buhardilla al atardecer.
Cuantas veces se queda en el tintero esas palabras que pasan por la mente fugaces.
ResponderEliminarEse es el problema que tenemos los que dedicamos a escribir. En muchas ocasiones, las palabras se niegan a describir algo y por mucho que se intente, no se logra más qué borradores qué no nos gustan.
ResponderEliminarLo has descrito perfectamente, la falta de inspiración :))