La tarde se había vuelto
gris. La intensa lluvia caída durante toda la mañana había hecho refrescar el
ambiente y se agradecía el calor de aquella sencilla y acogedora alcoba.
Dejé encendida una
pequeña lámpara situada en el rincón, manteniendo así una tenue iluminación que
dibujaba por doquier enigmáticos contrastes de luces y sombras. Recostado en el
sillón, no podía, o quizá mejor no quería, dejar de mirarla y, mientras apuraba
una copa de brandy, la observaba dormir mostrando ante mis ojos la hermosura de
su cuerpo desnudo.